Las ramas se le clavaban en la cara mientras corría. Corría
y corría todo lo que su corazón le dejaba, apenas podía respirar, le dolían las
articulaciones de los impactos contra la tierra. Arañazos y cortes cubrían los
brazos al intentar protegerse mientras seguía huyendo. El bosque pasaba a una
velocidad pasmosa a su lado, pero parecía no avanzar. ¿No podría huir?
No puedes escapar.
¿Dónde irías? - Una voz en su cabeza
resonaba por los alrededores. Así conseguirían encontrarla demasiado deprisa.
Quería desaparecer y esconderse. Demasiada
sangre. Demasiado horror.
-“DONDE SEA” - Gritó
a la nada mientras seguía corriendo. Los pasos ahora sonaban muchísimo más cerca.
Casi en su espalda. En la nuca. Tan
cerca que…
Le entró pánico y se giró.
-“N-no…” – Había una piedra que no había visto, que la hizo
caerse de cabeza al suelo, una herida enorme se le abrió en el lado izquierdo de
la cara, la sangre caliente fluía mientras se levantaba, a trompicones, agarrándose a la corteza de
los árboles, seca, dura, no se parecían en nada a los árboles tan vivos y
verdes que rodeaban el túmulo.
Ahora tenía heridas también en las manos. El olor de su
propia sangre le aumentó más aún su frecuencia cardiaca.
Lo que asemejaba ser un camino entre los árboles que la llevaba
hacia ninguna parte. Le parecía que llevaba corriendo siglos. El bosque se le
echaba encima, frío, muerto, sin vida. La ansiedad le oprimió el pecho.