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viernes, 30 de octubre de 2015

Pesadillas

Las ramas se le clavaban en la cara mientras corría. Corría y corría todo lo que su corazón le dejaba,  apenas podía respirar, le dolían las articulaciones de los impactos contra la tierra. Arañazos y cortes cubrían los brazos al intentar protegerse mientras seguía huyendo. El bosque pasaba a una velocidad pasmosa a su lado, pero parecía no avanzar. ¿No podría huir?

No puedes escapar. ¿Dónde irías? -  Una voz en su cabeza resonaba por los alrededores. Así conseguirían encontrarla demasiado deprisa. Quería desaparecer  y esconderse. Demasiada sangre. Demasiado horror.

-“DONDE SEA” -  Gritó a la nada mientras seguía corriendo. Los pasos ahora sonaban muchísimo más cerca. Casi en su espalda. En la nuca.  Tan cerca que…  
Le entró pánico y se giró.

-“N-no…” – Había una piedra que no había visto, que la hizo caerse de cabeza al suelo, una herida enorme se le abrió en el lado izquierdo de la cara, la sangre caliente fluía mientras se levantaba,  a trompicones, agarrándose a la corteza de los árboles, seca, dura, no se parecían en nada a los árboles tan vivos y verdes que rodeaban el túmulo.
Ahora tenía heridas también en las manos. El olor de su propia sangre le aumentó más aún su frecuencia cardiaca.

Lo que asemejaba ser un camino entre los árboles que la llevaba hacia ninguna parte. Le parecía que llevaba corriendo siglos. El bosque se le echaba encima, frío, muerto, sin vida. La ansiedad le oprimió el pecho.
Sólo había silencio en el bosque.  No se escuchaba nada más que su respiración entrecortada y los pasos y trompicones que pegaba. Una voz le llegó desde su espalda, como si fuera un susurro, pero ella sabía que eran gritos. Gritos de unas voces que la perseguían.


-Ven aquí, pequeña, no vamos a hacerte nada…. Demasiado malo - Una voz femenina hizo que se le erizara el vello de la nuca. Gritó mientras seguía corriendo. Sólo quería que la dejaran en paz.

En la esquina de su campo de visión apareció una camisa azul de cuadros medio raída, una mano sucia que intentaba atraparla. Una mano que parecía una garra, negra, medio rota, deforme. Su primer instinto fue entrar en pánico. Consiguió agacharse a tiempo para que la garra simplemente le rozara el pelo, mientras rodaba hacia delante  e intentaba seguir corriendo.

“Gaia, ayúdame”  - Su subconsciente mandaba señales de peligro que provenían de todas partes. Parecía ver cosas que realmente no eran. Susurros que hablaban sobre ella. Formas. Figuras que la señalaban. Le pareció ver como el mundo se rompía a su paso por aquel pasillo infinito de árboles negros.

Las voces ahora se escuchaban más cerca que nunca. Notaba el pulso en las sienes mientras seguía corriendo hacia… ¿Hacia dónde? Había un claro más adelante. Se notaba en la luz. Estaba todo tan oscuro, una niebla azulada lo cubría todo. No se podía saber qué momento del día era. Pero ahí había luz, y ella necesitaba desesperadamente esa luz.
Entró en el “claro” como los antiguos héroes de antaño. Dando un traspié y rodando casi hasta el filo de un precipicio del que no se veía el fondo. Un alarido de pánico rompió en su garganta mientras se alejaba arrastrándose del  borde del precipicio. Apenas podía respirar, mucho menos seguir corriendo, pero necesitaba hacerlo. Aunque fuese demasiado tarde.

Tres figuras le cortaban cualquier posible vía de escape.

-Vamos Aeryn, sabías que este momento llegaría, no es por ti, es por la manada, ya sabes… solo los más fuertes pueden sobrevivir aquí, y una niñata de 15 años, no pinta nada -  Reconocía la voz, reconocía la ropa. Ropa sencilla, tan sencilla como una camiseta blanca  y unos vaqueros desgastados oscuros. Pero la cara, una especie de glitch se había apoderado de la cara del que creía que era Jack.

Notaba la rabia hirviéndole en la sangre. Notaba su mandíbula apretada para evitar soltar un gruñido.

-Este no eres tú, tu no dirías esas cosas, no eres así” – Las lágrimas empezaban a inundar los verdes ojos de la pequeña. – Por favor, dejadme en paz, no quiero haceros daño  – La desesperación alcazaba niveles casi palpables en el claro.

- Cielo ¿Daño?¿Tú? ¿A nosotros? Nosotros hemos pasado por cosas que tú jamás imaginarías, no nos da miedo un pequeño Cachorro como tú – Una morena alta, de ropa ajustada se acercaba, daga en mano, a donde se encontraba ella tirada en el suelo. Parecía Miranda, sólo que le pasaba lo mismo en la cara que a Jack.

- Por favor. Por favor, no me hagáis daño. Solo quiero irme. Solo quiero irme a casa  - Lloraba con toda la fuerza que le quedaba, mientras seguía reculando, cada vez más cerca del borde del precipicio. Unas piedras se soltaron a la derecha de donde Aeryn tenía la mano izquierda.

- Ya no queda casa ni hogar para ti en ningún sitio – La camisa azul de cuadros que pertenecía ahora a un Matthew emborronado se movía como si el viento la empujase, pero no soplaba ni siquiera una pequeña brizna de aire. Todo estaba quieto. En silencio. El tiempo no parecía pasar. En el cielo una espiral de trazos azules ascendía hacia la profundidad de un agujero negro.

- Eres tú o nosotros, y la decisión está tomada. - Miranda desenvainó la daga mientras tiraba la vaina hacia su izquierda.

 Quiso seguir arrastrándose hacia detrás. Por un momento se le olvidó que había un precipicio a su espalda. Creía que tenía más espacio para maniobrar, quizás escurrirse entre alguno de ellos y poder seguir corriendo. Pero a la gravedad no se le olvidó lo que tenía detrás. Se precipitó hacia la nada mientras gritaba. Gritaba y gritaba hasta que su voz se ahogó. La realidad a su alrededor se resquebrajaba en píxeles rojos y azules, entremezclados, entrelazados, mientras que la espiral del cielo seguía girando y girando, siempre constante, mientras se tragaba los últimos retazos de realidad.

 Y justo cuando llegó al suelo y sus huesos se convirtieron en polvo, la verdadera Aeryn pudo abrir los ojos, empapada en sudor, con una mueca de verdadero pánico grabada en su cara, mientras un alarido desesperado rompía el silencio de la noche en el túmulo.
Aun sin poder moverse, aferrada a las sábanas que la cubrían, llenas de sudor. Las lágrimas no parecían parar de manar de sus ojos. Un par de segundos después del grito pudo moverse hacia la esquina de su litera, contra la pared, los ojos muy abiertos pero sin realmente ver nada, vacíos, sin el brillo que normalmente tenían hasta en la más profunda oscuridad.

Su corazón latía como si aún estuviera corriendo, notaba su cerebro estrujado dentro de su cabeza, un dolor en el pecho, las manos agarrotadas de la fuerza con la que estaba agarrando la colcha. Enterrando su cabeza entre las rodillas y tapándose los oídos mientras seguía escuchando el grito que ella misma había profesado. 





(Esta pesadilla la sufre Aeryn después de tres o cuatro capítulos que aún PrimeroDeRol no ha subido pues están en fase de edición de las partidas que vamos roleando en mesa. Dentro de un par de semanas el orden cronológico del menú del sidebar de "Mi manada" será el correcto, mientras tanto faltan "acciones" de la historia para que Aeryn sufra esta pesadilla. El siguiente relato que se subirá, si no me fallan los cálculos, será la conversación con Danza de Fuego, el guardián del rito del túmulo, acerca de la pesadilla recién sufrida por la pequeña)

1 comentario:

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